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🎧 AudioQuin ✅ Una En Un Millón

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Marius Van Houben era rico y atractivo; el tipo de hombre que podía tener a la mujer que quisiera. Sin embargo, seguía soltero y, aparentemente, no tenía prisa por casarse. Pero cuando lo hiciera, sería con una mujer rica e importante como él… Al menos, eso pensaba Caroline, que sufría porque imaginaba que Marius jamás se fijaría en una simple enfermera.


Resumen...

Satisfecha, la joven cruzó la calle una vez más y subió por los escalones de una casa con ventanas altas a ambos lados de la entrada y llamó ala puerta. El hombre que abrió era viejo, enjuto y muy erguido y tenía un flequillo de cabellos canosos y ojos azul pálido. Esto es para el señor van Houben, de parte de Corinna. La chica volvió la cabeza para mirarlo, pisó en falso y cayó sobre el pavimento.

No estaba herida, se dijo a sí misma y después se lo aseguró al hombre de enormes proporciones que se había agachado a su lado. Cuando ella lo negó, él la ayudó a ponerse de pie, le sacudió el polvo y la invitó a que volviera a subir por los escalones. El color regresó al rostro de la joven, que se había quedado pálida por el susto. Escuchó sin entender mientras los dos hombres hablaban en holandés y después el mayor se retiró para regresar casi de inmediato acompañado de una mujer de mediana edad, robusta y de rostro bondadoso, que le habló y la llevó hasta una habitación al final del vestíbulo.

La chica se lavó la cara y las manos y el raspón que tenía en el brazo y después se sacó los pasadores del cabello y se peinó con un peine de marfil que tomó del entrepaño antes de volverse a poner los pasadores. Corinna ya casi termina, pero hemos estado trabajando en la misma sala. Yo soy Caroline Frisby. Esta tarde hay una visita guiada por la ciudad, a la cual me gustaría asistir.

El se levantó para abrirle la puerta. Ella le dio la mano a van Houben, le dio las gracias al mayordomo por abrirle la puerta, bajó por los escalones con mucho cuidado y se alejó de prisa, muy consciente de los puntos adoloridos en diferentes partes de su delgada persona. La mayoría de los huéspedes eran parejas de mediana edad y sin mucho dinero, que se sentían satisfechos de poder vagar por las calles de la ciudad, explorar los museos y las iglesias y mirar los aparadores de las tiendas. Caroline había ido a Holanda con su tía porque a ésta no le gustaba la idea de ir sola, aunque estaba decidida a explorar muy bien Amsterdam, una ciudad que siempre había deseado visitar.

Caroline, que tenía dos semanas de vacaciones disponibles, aceptó de buen grado acompañarla. La tía Meg le había dado un lugar donde vivir cuando los padres de la chica murieron durante una epidemia. La había hecho sentirse bienvenida, la trató como a una hija, le proporcionó una educación, y cuando Caroline manifestó sus deseos de convertirse en enfermera, la animó para que dejara la pequeña casa en Basing, una aldea al este de Basingstoke, y se inscribiera en uno de los hospitales de Londres. Cuando me retiraba, me caí por los escalones.

Caroline, que era una chica sensata, consciente de que quizá nunca tendría la oportunidad de visitar Amsterdam de nuevo, escuchaba, observaba y atesoraba una serie de vistas y de sonidos extraños para poder analizarlos más tarde, y al mismo tiempo pensaba en el primo de Corinna. Le había parecido un hombre de muy buena posición, y vivía en una casa espléndida. Por desgracia no tenía tanta confianza con Corinna como para preguntarle acerca de él. Al día siguiente se efectuaría un viaje a Alkmaar, pero la tía Meg aún no terminaba con Amsterdam, así que se pasó el día caminando por las callejuelas y Caroline la acompañó.

Se perdieron en varias ocasiones, pero como la señora señaló, aquello era parte de la diversión. Caroline todavía contaba con dos días más de vacaciones antes que tuviera que regresar al hospital, así que una vez que llegaron a la estación Victoria y se despidieron de sus compañeros de viaje, la tía Meg y ella se dirigieron a tomar el siguiente tren hacia Basingstoke y de allí un taxi para el recorrido de poco más de tres kilómetros hasta Basing. Una vez en casa, mientras Caroline encendía la chimenea en la salita y llevaba las maletas arriba a los dos pequeños dormitorios. Caroline asintió en silencio.

Después de desayunar con Meg, tendió la ropa ahora limpia y se dirigió a la casa de la señora Parkin para recoger a Theobald, el gato de su tía. La joven se detuvo para admirar las casitas y las cabañas a su alrededor antes de llamara la puerta de la vecina. Caroline llevó el gato de regreso a casa, puso a secar el resto de la ropa, y mientras su tía conversaba con la señora Parkin, fue al centro de la aldea para hacer compras. Allí sus conocidos la interrogaron acerca de sus vacaciones.

Todos los presentes sabían que se refería a un hombre joven. El señor Marius van Houben sería más que suficiente. En la tarde, Caroline tomó un autobús hacia Basingstoke y abordó el tren. Regresaría dos semanas, después durante sus días de descanso, pero en esos momentos la idea no le proporcionaba mucha satisfacción.

Odiaba tener que regresar al hospital, pero una vez allí, se sintió contenta. La residencia de las enfermeras parecía triste por fuera, pero por dentro era bastante alegre, y aunque las habitaciones eran muy pequeñas, estaban amuebladas con buen gusto y había tres salas, una para las enfermeras generales, otra para el personal especializado y otra para las estudiantes. Caroline se asomó a la última de las tres y fue recibida por varias chicas que descansaban y tomaban el té. Estas le pidieron que dejara a un lado su maleta y les contara acerca de sus vacaciones mientras bebía una taza de té.

Caroline respondió que ya sabía qué hacer para la próxima vez, pero pensó al mismo tiempo que mostrarse pálida e indefensa no serviría de mucho con un hombre como van Houben. Los ojos azules de éste eran filosos como una navaja, pensó. Ya terminé, señora Crisp. Recoja todo, enfermera, por favor, y después vaya a tomar su café.

Corinna se encontraba en la cafetería y cuando vio entrar a Caroline la llamó. Caroline pensó que Corinna era muy parecida a su primo. Sus ojos también eran azules, aunque su nariz era mucho más delicada, lo cual le favorecía. Si la hubiera conocido mejor, quizá Caroline le habría contado que había conocido a su primo.

El ejercicio al aire libre era esencial para el bienestar de una enfermera, la jefa se lo decía constantemente, pero Caroline decidió que el trabajo de aquel día le había proporcionado más que suficiente ejercicio, y además el aire cargado de humo del tránsito del este de Londres no era bueno. Las vacaciones en Amsterdam fueron todo un éxito. La tía Meg satisfizo un deseo de hacía mucho tiempo y vieron cuanto pudieron de la ciudad. Si se hubiese desmayado o fingido hacerlo, habría podido permanecer mucho más tiempo dentro de la casa de Marius van Houben, lo que le hubiera dado oportunidad para ver más.

No habría vacaciones el año siguiente, y si tenían dinero un año después, de seguro que la tía Meg desearía ir a otra parte. Caroline se sintió impaciente consigo misma, por lo que se alejó para lavarse el cabello, y para cuando se lo secó y peinó una vez más, ya era la hora de la cena. Después, todas las enfermeras que no estaban de guardia se amontonaron en la sala para tomar el té y charlar. Medio dormida, pensó que en realidad la vida era bastante divertida y que en algún momento y en algún lugar iba a conocer al hombre con el que se casaría.

Hasta ahora había sido una figura nebulosa, muy vaga en cuanto a rostro y tono de voz, pero ahora se parecía mucho a Marius van Houben. La ronda de la mañana del doctor Wilkins estuvo muy lejos de ser tranquila. La enfermera Cowie, que siempre alardeaba acerca de la perfección del área bajo su jefatura, apretó los labios y habló muy poco, aunque más tarde varias personas iban a recibir los efectos de su afilada lengua. Caroline, quien llevaba un recipiente en las manos, llegó junto a la paciente justo a tiempo para auxiliarla y, sentándose sobre la cama porque resultaba más fácil, se volvió para dirigirle una sonrisa al galeno.

El señor Wilkins se quedó con la boca abierta. Era un hombre pomposo, bajo y de mediana edad, además de un cirujano excelente. Los estudiantes lo veían con admiración, cosa que él disfrutaba, y ahora resultaba que aquella chica insignificante lo había hecho a un lado y le había indicado que esperara. Cuando se alejó, las enfermeras presentes dejaron escapar con alivio, el aire que habían estado conteniendo.

El doctor Wilkins miró a su alrededor, pero los rostros que lo observaban parecían muy solemnes. Después, cuando tomaba su café, expresó su desaprobación acerca del comportamiento de Caroline. Enfermera Cowie, dejo en sus manos el que hable usted con ella como mejor crea conveniente. Yo estoy de acuerdo con la enfermera.

Pero sepa que voy a vigilar de cerca a esa chica. El doctor Wilkins lanzó una exclamación de disgusto y se alejó con su ayudante. La enfermera Cowie decidió que había que hacer algo respecto a ese asunto y se dirigió a la oficina para ver a su superiora. Dos días más tarde, justo antes de la ronda del doctor Wilkins, Caroline fue trasladada al pabellón infantil.

La unidad pediátrica se encontraba en la parte de atrás del hospital, en un ala muy moderna que había sido añadida al edificio estilo Victoriano. Esos eran los dominios de la enfermera Crump, una mujer mayor que tenía fama de estar más loca que una cabra, pero que a la vez era una hacedora de milagros en lo que a la recuperación de sus pequeños pacientes se refería, y los mantenía contentos durante el proceso. A Caroline le gustó mucho aquel ambiente después de la estricta disciplina del pabellón de mujeres. Todo se hacía acompañado por música muy alegre, y las enfermeras tenían que levantar sus voces por encima de aquel escándalo ya que los niños, a menos que estuvieran muy enfermos, gritaban casi todo el tiempo.


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