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🎧 AudioQuin ✅ Tan Rebelde Como Siempre

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Aún podía redimirse... si ella estaba a su lado. 
Siendo una adolescente, Shirley Marr se había enamorado del alumno más brillante de su madre: el rebelde Hayden Tennant. Tras la muerte de su madre, Hayden había prometido honrar su memoria cumpliendo su lista de deseos pendientes. Diez años después, Shirley había cumplido muchos de ellos, pero Hayden no había empezado siquiera. Y Shirley quería saber por qué.
A Hayden no le hacía gracia que la hija de su difunta mentora lo juzgara de ese modo. Pero la niña a la que apenas recordaba se había convertido en una mujer con unas tentadoras curvas y una inteligencia formidable.  


Resumen...

Shirley consiguió respirar y tragar saliva a pesar del nudo de nervios que tenía en la garganta.
Seguía teniendo siempre una respuesta para todo. Quizá hubiera madurado de un modo que ella no habría podido imaginar, pero por dentro seguía siendo Hayden. Pues no soy stripper. Él seguía cómodamente tumbado y estirado, así que Shirley aprovechó la oportunidad para observarlo detenidamente.

Bastaban para cubrirle la cicatriz que Shirley sabía que tenía sobre el labio superior. Shirley apretó los labios y lo miró fijamente mientras se prolongaba el silencio. Puedo seguir así todo el día, murmuró él sin abrir los ojos. Cambió de postura y agradeció los centímetros de altura extra que le proporcionaban aquellas botas.
Él levantó la cabeza y abrió ligeramente los ojos.

Al oír eso, se incorporó y apoyó una mano en el suelo.
Ni tampoco stripper, por lo que dices, la miró de arriba abajo. Shirley hizo un esfuerzo para no reaccionar a esa última frase. En realidad lo dijo otro, yo tomé prestadas sus palabras. Tampoco era de extrañar teniendo en cuenta lo distinta que debía de estar a la última vez que él la había visto.

Con catorce años, delgada como un insecto y con un pelo sin el menor estilo. Shirley no había descubierto la moda hasta los dieciséis años, cuando habían empezado a aparecerle las curvas e incluso entonces había sido su propia versión de la moda. Tú conocías a mi madre, dijo con cautela. Él clavó de nuevo la mirada en su rostro y se puso en pie, lo que le ofreció una magnífica imagen de su escote que disfrutó durante unos segundos.
Finalmente, volvió a mirarla a los ojos.

Carol-Anne Marr, aclaró ella en tono de acusación. Estaba deseando ver cualquier indicio que hiciera pensar que no había olvidado a su madre y que no era tan desleal como ella temía. ¿Shirley?, preguntó en un susurro. Lo que desde luego tenía que estar mal era la profunda satisfacción que sintió al ver que recordaba su nombre.

Shiloh, corrigió levantando bien la cara.
Shirley significa «pradera soleada». Ella, con el pelo negro como el carbón, los ojos embadurnados con kohl y unas enormes pestañas oscuras, no se parecía en nada a una pradera soleada. Porque tu madre ya te regaló un nombre y cambiarlo sería deshonrar su memoria. Sintió un nudo de inesperado dolor que se le subió hasta la boca del estómago, pero trató de tragárselo antes de hablar escogiendo cuidadosamente las palabras.
En el rostro de Hayden apareció un destello de sorpresa y de algo más que no supo identificar.

Frente a la oportunidad perfecta de cerrar por fin ese capítulo de su vida, Shirley se quedó sin palabras. Además, ella había asistido en secreto a todas las reuniones que su madre había celebrado en casa con sus alumnos más entusiastas. Te conozco a través de mi madre. Si pretendes decir que yo no le gustaba a tu madre, debo decirte que no estoy en absoluto de acuerdo.
Mi madre te adoraba «igual que su hija, pero eso no viene a cuento».
Más bien lo que no has hecho, lo miró fijamente, a la espera que cayera en la cuenta, cosa que no ocurrió. La expresión de su rostro se endureció de golpe.

¿Y por qué controlaba las visitas que recibía una página de Internet a la que había dejado de prestar interés prácticamente después de hacerla?
Volvió a tomar aire, sin prestar atención a la mirada fugaz que él dedicó a su escote. Que has tachado alguno de los puntos de la lista.
Shirley apretó los labios unos segundos. No son «cosas», son los deseos de mi madre. Hayden bajó la vista un momento y, cuando volvió a mirarla, en sus ojos había mucha más amabilidad. Shirley.

Hay muchos motivos por los que no he podido seguir con la lista. Hayden se encogió de hombros. El perder a su madre con solo catorce años a ella le había parecido muy real.
No te debo ninguna explicación, Shirley. Shirley se volvió a mirarlo.
Vete a casa, Shirley. Se quedó paralizada hasta que oyó cerrarse la puerta de la casa, después, completamente invadida por la decepción, se dio media vuelta y echó a andar hacia el coche. «Vete a casa» no era una respuesta. Le debía a su madre, al menos, averiguar qué había pasado.

Hayden fue directo a la cocina, a la jarra de café que últimamente le servía de sustitutivo del alcohol. Dio tres pasos atrás, enarcó una ceja y miró a Shirley. Viéndola allí sentada con la espalda recta y las manos sobre las rodillas, Hayden no podía prestar atención a otra cosa que no fueran sus botas. Hizo un esfuerzo para que su mirada no siguiera por los derroteros que marcaba su mente calenturienta.
Debía recordar que se trataba de la hija de Carol-Anne. Una hija que ya no era ninguna niña. La puerta estaba abierta. Las mujeres con las que solía estar no comprendían la mitad de las cosas que decía o eran lo bastante listas como para no responderle.

Creo que deberías terminar la lista, afirmó ella con voz clara y firme.
Lo que más recordaba a su madre eran los ojos, de un verde clarísimo. Shirley le recordaba a una de esas muñecas rusas que van unas dentro de otras. Su piel era del color del marfil y su cabello un montón de rizos negros mágicamente sujetos en un moño que Hayden deseó poder soltarle. La última vez que la había visto era una niña sola en el funeral de su madre, todo huesos y potencial.

Ahora era... Bajó la mirada hasta la curva de su cuello, casi tan hermosa como la de su escote. La única muestra de que había recibido aquel misil fue un ligero tintineo en sus ojos, unos ojos que, por otra parte, lo miraban fijamente y sin pestañear.
La miró a los ojos tratando de no pensar lo estimulante que resultaba aquella confrontación dialéctica.
Su mirada titubeó solo un instante. Os oí hablar de ello en el funeral.

Nadie me invitó a hacerlo, bajó los ojos. Hasta ese día ni siquiera sabía que mi madre tuviera una lista de deseos. Tú no estabas allí, Shirley. Éramos amigos, había ansiado tanto ese estímulo intelectual que no había encontrado en los compañeros de su edad, un estímulo que Carol le había proporcionado de inmediato.
Cuando empezasteis a venir tenía once, catorce tenía cuando ella murió. Shirley se pasó la lengua por los labios pero, aparte de eso, mantuvo un gesto neutro. Shirley se echó hacia delante.

Shirley le lanzó una mirada fulminadora. Estaba claro que iba a seguir preguntando hasta obtener una respuesta. Pero esa respuesta no iba a gustarle. Pero te recuerdo que la lista fue idea tuya.
Se suponía que debía recordarte lo importante que era alimentar tu alma, las palabras que él mismo había pronunciado sonaban tan pretenciosas saliendo de aquellos labios rojos. Y honrar la memoria de mi madre. Se adivinaba en su mirada el dolor que trataba de ocultar. Todas esas cosas no sirven de nada, Shirley.

No harán que tu madre vuelva. Aquí, dijo llevándose la mano al pecho, un pecho que apenas podía contener la rabia. La vida sigue, Shirley. Los ojos que afuera le habían parecido grandes, allí resultaban enormes, iluminados por el brillo de la tristeza.
Lo único que rompió el silencio durante unos segundos fue el sonido de su respiración. ¿Qué te ha pasado, Hayden? susurró. Cuando te bi destrozado en el funeral de mi madre y te comprometiste a honrar su memoria. Lo miraba tan fijamente, como si pudiera ver en su interior.

Ella lo alcanzó en la cocina, lo agarró del brazo, pero retiró la mano enseguida. No, Movió los dedos de la mano con la que lo había tocado.
Por favor, resopló al tiempo que le lanzaba una mirada fulminadora. Bajó la mirada hasta sus botas. Shirley no necesitaba que nadie le recordara cómo había muerto su madre. Hubo un momento de silencio.
No estaré aquí, mintió él, como si tuviera otro lugar en el que estar.
Tu madre no se va a enterar, murmuró él.


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