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🎧 AudioQuin ✅ Matrimonio... O Nada

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Neve Williams se sentía orgullosa de las entrevistas que solía hacer para su periódico, pero temía lo que le esperaba con Rob Stowe. Y sus temores se confirmaron cuando comprobó lo reacio que se mostraba el famoso millonario a hablar con ella. ¡Tal vez tuviera que ver con la evidente atracción física que surgió entre ellos de inmediato!
Finalmente, Rob se animó a hablarle de sus sentimientos… ¡Pero Neve no entendía por qué se empeñaba en casarse! Además, ¿cómo iba a aceptar, sabiendo que la madre de la hija de Rob seguía con él?


Resumen...

Rob Stowe miró por la ventana de su estudio y silbó con suavidad. Pero dejó de hacerlo al ver que se detenía ante la puerta de su casa. ¿Sería aquella la sustituta de Brent Madison?, se preguntó, y vocifero entre dientes. Neve Williams se ciñó el abrigo y miró la hoja de papel que sostenía en su enguantada mano.

Aquella antigua y bella construcción de dos plantas en el barrio Woollahra, de Sydney, era la casa de Rob Stowe. El periódico para el que trabajaba la había enviado a entrevistarlo en sustitución de Brent, un famoso colega que había enfermado a última hora. Estaba a punto de hacerlo de nuevo cuando la puerta se abrió, revelando a una mujer tan atractiva y famosa que Neve se quedó boquiabierta. Neve cerró la boca.

Molly Condren le dedicó una de sus famosas sonrisas y echó atrás su igualmente famosa melena pelirroja. Conoce bien a Brent, y no le ha hecho mucha gracia que el periódico haya enviado a otra persona. Tras cerrar la puerta, Molly señaló un perchero. Neve se quitó el abrigo, lo colgó, se pasó una mano por el pelo y se miró brevemente.
Se colgó de nuevo el bolso del hombro y se dispuso a seguir a Molly. Pero las apariencias engañan, señorita Condren. Molly se encogió de hombros. Molly pasó a la habitación de la que había surgido la voz.

Neve se detuvo en el umbral y miró su alrededor. Frente a esta, de espaldas a la puerta, se hallaba Rob Stowe. Estaba sentado en una silla de ruedas. No hizo ningún esfuerzo por girar la silla, y Molly miró a lo alto con gesto exasperado mientras conducía a Neve en torno a la silla.

Pero Neve no había estado bromeando respecto a su capacidad como periodista y miró los oscuros y burlones ojos de Rob Stowe con total calma. A pesar de estar confinado en la silla de ruedas, se notaba que era un hombre alto. En aquellos momentos, el sesgo de su boca resultaba duro, pero Neve había visto fotos suyas sonriendo, y sabía que el humor y la vitalidad de su expresión podían resultar deslumbrantes. Sin embargo, cuando Rob Stowe detuvo la mirada en su torso para luego deslizarla lentamente hacia su cintura, Neve no pudo negar cierta exaltación ante la insolencia con que la estaba desvistiendo con los ojos.

Sin ocultar su ligera irritación, se echó el pelo hacia atrás, apoyó las manos en las caderas y lo miró fríamente a los ojos. Neve Williams. Y no, no soy particularmente arrogante, señor Stowe. Mientras decía aquello, Neve recordó las últimas palabras de su editor.
«No vuelvas sin esa entrevista, Neve. Es la primera que concede Rob Stowe en dos años, así que es una auténtica primicia». Neve se encogió de hombros, pensando que lo que tuviera que ser, sería. Una ligera sonrisa curvó los labios de Neve.

Rob Stowe permaneció unos momentos en silencio, mirándola. «No respondas», se advirtió Neve. Para su sorpresa, Rob Stowe rompió a reír. Neve se mordió el labio.
Neve miró a su alrededor, tratando de reorganizar sus pensamientos. Los médicos temían que no volviera a caminar, pero según dicen, siendo la clase de hombre que es, lo logrará. Neve no ocultó su sorpresa. Un brillo de diversión iluminó los ojos de Rob.

Neve sonrió. Rob Stowe se inclinó hacia delante en la silla y miró a Neve atentamente. Neve movió la cabeza. Neve se levantó.
Neve alzó la cabeza y sus ojos brillaron. Un momento después, un gran labrador de color dorado entró corriendo en la habitación y saltó sobre Neve con intención de lamerla a modo de saludo. Sorprendida, Neve no logró mantener el equilibrio y cayó al suelo. Tiró la mesita con tacita incluida y el ardiente contenido de esta se derramó sobre Rob Stowe, que dio un grito de dolor mientras Neve y el perro chocaban contra la alfombra.

Al mismo tiempo, una niña de unos doce años con una larga melena pelirroja se detuvo en el umbral de la puerta y se llevó una mano a la boca. Estoy segura de que tu perro no me ha tirado a propósito, pero puede que me haya hecho un esguince de tobillo. Pero él hizo caso omiso, y con la ayuda de una muleta que se hallaba junto a la silla, se irguió y luego se sentó cuidadosamente en el suelo, junto a ella. Neve tragó, y entre los dos consiguieron sacar la bota.

Bajo un calcetín amarillo, el tobillo estaba visiblemente hinchado. Cuando él le quitó el calcetín, comprobaron que el tobillo empezaba a ponerse azul. Mi móvil está en la silla. Portia se puso en pie de un salto y tomó el móvil.
Pero será mejor que me des el teléfono para que lo llame yo. Oliver la ha tirado y creemos que se ha roto el tobillo. George Maitland parpadeó. Neve movió la cabeza y empezó a reír.
Neve apartó la mirada. A la vez, alguien llamó a la puerta y George dijo impacientemente que pasaran. Esta dejó la cesta en el suelo junto a Neve. Suspirando, Neve tomó la nota que iba sujeta al lazo que rodeaba el ramo.

George alzó las cejas. Neve volvió a suspirar. Además, esperaba que lo entrevistara Brent, y no creo que conmigo se sienta tan cómodo. Neve permaneció en silencio.
George parpadeó. George movió la cabeza. Mientras, la mente de Neve regresó al día anterior. El doctor Berry resultó ser un jovial gigante que ayudó a Rob a volver a su silla antes de ocuparse competentemente del tobillo de Neve.

Portia preparó café y todos acabaron sentados frente al fuego, charlando. No había duda de que Portia Condren era una niña brillante. Hizo muchas preguntas a Neve sobre su trabajo, preguntas sorprendentemente inteligentes, y le dijo que la lengua era su asignatura preferida en el colegio. También quedó claro que Rob estaba muy orgulloso de Portia, a pesar de la capacidad de esta para provocar situaciones caóticas, y que ella lo adoraba.

Había algo en los oscuros ojos de la niña que hizo preguntarse a Neve si sería hija suya. Entonces llegó Molly y se unió a la improvisada reunión. Pero lo más especial de todo fue el propio Rob Stowe, pensó Neve, mientras George esperaba impaciente a que le pusieran en contacto con él. Todos lo notaron, y en cuanto el doctor Berry hizo una disimulada seña, Neve sacó su móvil del bolso y pidió un taxi.

Cuando salía del cuarto de estar, acompañada por el doctor, miró hacia atrás, y al ver a Molly, Rob y Portia reunidos en torno al fuego, sintió una extraña melancolía. ¿Cómo era posible conocer a un hombre durante un par de horas y saber que sería peligroso volver a verlo?, se preguntó, volviendo al presente. Neve taladró a su jefe con la mirada. George la ignoró.
Tendré que retrasar la publicación a la semana siguiente, pero será un éxito de todos modos, Neve. Pero sé que puedes hacerlo, Neve, y, probablemente, mejor que Brent.

Para el viernes por la mañana, Neve podía moverse mucho mejor. Pudo prescindir del bastón, aunque aún caminaba con una ligera cojera y tenía el tobillo ligeramente hinchado. A pesar de todo, no le quedó más remedio que calzar un par de zapatos planos de ante azul que solía utilizar de zapatillas. Porque nada podía ocultar durante mucho rato la inquietud que le producía su próximo encuentro con Rob Stowe.

Pero no era en las vistas en lo que estaba pensando, sino en el intenso trabajo de investigación sobre Rob Stowe a que se había entregado durante aquellos últimos días. La meteórica ascensión a la fama de Rob Stowe estaba muy bien documentada. Había cabalgado en el campeonato nacional de resistencia sobre una silla de montar que fabricaba una de sus empresas. Y Rob Stowe entró en un período de oscuridad.

Pero lo que frustraba a Neve era que, cuanto más investigaba, más se daba cuenta de lo poco que se sabía sobre su vida privada. Cosa que no era una hazaña precisamente desdeñable si vivía con Molly Condren y, probablemente, con la hija de ambos. Era un hombre muy privado cuando quería, pensó Neve, contemplando aún la vista. Comprendía que había acudido a su primera entrevista con Rob Stowe menos preparada de lo que suponía, cosa que, dadas las circunstancias, no había sido culpa suya.

Pero también sabía que estaría buscándose problemas si hacía su trabajo demasiado bien, porque aquel hombre ya la tenía fascinada. En aquella ocasión, la puerta fue abierta por una mujer de pelo gris vestida con una bata azul. Dijo que era la asistenta e hizo pasar a Neve al cuarto de estar, explicando que el señor Stowe estaba ocupado en aquellos momentos y tardaría un rato en atenderla. Rob Stowe estaba en su silla de ruedas, tras el escritorio.

Vestía un jersey azul marino y pantalones vaqueros. Un instante después comprendió que lo había hecho para cambiar la seria actitud de hombre de negocios que había visto en la expresión de Rob. Siéntate, Neve. Neve se sentó, diciéndose que no se había equivocado.
Rob alzó una ceja. Neve no se inmutó. Cerró los ojos en cuanto cerró la boca y esperó a que se produjera la explosión. Cuando abrió los ojos, vio que Rob la miraba con gesto inexpresivo.


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