A Matilda Lang la aterró darse cuenta de que se estaba enamorando del banquero neoyorquino Sebastian Wolseley. Hacía tres años que un accidente la había dejado en silla de ruedas y Sebastian era el hombre perfecto para romperle el corazón.
Sebastian era compasivo, guapo y, lo más importante, la trataba como si fuera una mujer deseable. Pero haría falta un milagro para que Matty pusiera en peligro su corazón después de todo lo que había pasado.
Resumen...
Sebastian Wolseley los odiaba por igual. Y además, le proporcionaba una buena excusa para marcharse una vez cumplido su deber con uno de sus antiguos amigos. Mientras contemplaba con pesadumbre la copa casi intacta que sostenía en la mano, pensó que lo último que le apetecía era participar en un festejo. Sólo en ese momento fue consciente de la presencia de la mujer que lo había arrancado de sus pensamientos.
Era la única ocupante de una mesa en la terraza, todavía con los restos de un exquisito bufé. La única que no se encontraba en la pista de baile en el jardín, bajo el toldo. Por su mirada directa e imperturbable, Sebastian tuvo la inquietante sensación de que hacía rato que lo observaba. No era el tipo de mujer que llamara la atención.
Al notar el mordiente sarcasmo de sus palabras, Sebastian se culpó por no haberse marchado antes. Has estado tanto rato con ese vaso en la mano que seguramente su contenido ya se ha calentado. De hecho, me atrevería a pensar que te sentirías más a gusto en un velatorio que celebrando la bendición de una boda. Aunque tengo la sensación de que el velatorio que acabo de dejar hará que esta fiesta parezca bastante más sosegada.
Primero, había sido grosero con la mujer, y al ver que permanecía inmutable, intentó molestarla, sin el menor éxito al parecer. Esa naturalidad fue como un extraño respiro a la locura que se había apoderado de su vida durante la última semana, y por primera vez sintió que desaparecía parte de su tensión. Ella apoyó la barbilla en las manos, con los codos sobre la mesa. Incluso a la tenue luz del atardecer de un día de verano, con una cuantas velas encendidas en la mesa redonda, y el reflejo de la iluminación que habían puesto en los árboles, su rostro no era suave ni poseía una belleza convencional, pero la fina piel cubría unos huesos elegantes.
Sebastian concluyó que la fuerza que emanaba de ella provenía de su interior. Sebastian se dio cuenta de que, aunque lo hubiera deseado, ya era demasiado tarde para marcharse, así que optó por sentarse frente a ella. La familia se inclinó por lo primero y los amigos por lo último. Unas instrucciones que sus amigos se están tomando muy a pecho.
Verás, metafóricamente hablando, me han encargado poner todo en orden cuando se acabe la fiesta. Pero tienes razón, es de mala educación traer mis problemas a una boda. En ese momento, Sebastian concluyó qué no había nada pardusco en sus ojos. Eran de un raro color, más ámbar que marrones, bordeados de espesas pestañas, y su boca era amplia, de labios abultados.
Soy Matty Lang, prima de la novia y su madrina de boda. En ese momento, Sebastian cambió de opinión. La mujer sí que estaba coqueteando con él, pero no lo hacía como el resto de las féminas. Sebastian tuvo la impresión que de alguna manera lo estaba sometiendo a un examen.
Matty rió de buena gana. Nada me va a sacar de esta silla durante el resto de la velada. La organización de la fiesta no fue fácil y tuve que asegurarme de que la novia estuviera perfecta en su gran día. Sebastian siguió su mirada hacia la pareja de novios que, tomados del brazo, conversaba con unos amigos.
Y Fran lo merece a él. Bueno, iré a buscar ese whisky. Matty no apartó los ojos de la figura de Sebastian Wolseley mientras se alejaba. Alto, de anchos hombros, con un cabello oscuro cuidadosamente cortado y ligeramente alborotado por la brisa, sin duda tendría que ser el sueño de cualquier mujer.
Y el color de sus ojos al sonreír pasaba de un gris pizarra a un verde profundo, como el mar iluminado por el sol. Al ver que estaba medio dormido, Matty lo acomodó en sus rodillas con la esperanza de ver a Connie, el ama de llaves de Fran. Sebastian subió por una rampa baja hasta llegar a una acogedora sala, suavemente iluminada por una sola lámpara. No cabía duda de que mezclar whisky con la única copa de champán que había bebido en honor a la memoria de su tío no era lo más sensato, pero no sería la primera vez que hacía una tontería.
A su derecha había un gran sofá orientado hacia el jardín y flanqueado por dos mesas, una llena de libros y la otra con los mandos de un pequeño televisor y un equipo de música. Sebastian resistió la tentación de acomodarse en el sofá con los ojos cerrados en ese ambiente tan acogedor. Así que vertió una pequeña cantidad de whisky en cada vaso y fue a la cocina en busca de agua mineral, que añadió a las bebidas antes de salir al jardín. La razón por la que Matty Lang no bailaba no tenía nada que ver con el cansancio de sus obligaciones como madrina de la novia.
La razón era que estaba sujeta a una silla de ruedas. Y el mantel que se había corrido de la mesa, había ocultado las ruedas de la vista de cualquier observador. Sebastian vaciló un instante, muy confundido al recordar que le había preguntado si bailaba claque. También había disfrutado del sentido del humor de la mujer, que indicaba una carencia total de autocompasión.
Matty alzó la vista y lo sorprendió observándola. Entonces se limitó a hacer un pequeño gesto con la boca, como reconociendo la verdad de su condición. Tras beber un sorbo, Matty se la devolvió. Soy Sebastian.
Cuando Toby se escurrió de la falda de Matty para alejarse rápidamente hacia el jardín, se produjo un silencio. Matty intentó ocultar la risa, aunque sin éxito. Pensaba en que si pudiste pescar unas ranas es que no siempre has estado en una silla de ruedas. La silla de ruedas se ha transformado en parte de mi vida desde que me estrellé contra una pared a causa de mi imprudencia, excesiva velocidad, falta de atención y una capa de hielo invisible en la carretera.
Durante un instante, Sebastian vislumbró algo de lo que esa sonrisa intentaba ocultar. Los le que preguntan a Fran si me conviene tomar una copa, los que me hablan como si fuera sorda, en fin. Parece que hay una periodista babeando por echar una mirada al abecedario que hiciste para Toby. Cuando Sebastian se dispuso a acompañarla, Guy lo detuvo poniéndole una mano en el hombro.
Ha sido un placer conocerte, Sebastian. En lugar de estrecharla, él le sostuvo la mano. Ah, y sé bueno con tus hermanas. Y sin esperar respuesta, giró rápidamente la moderna silla de ruedas y se alejó por el sendero del jardín.
Sebastian no le quitó los ojos de encima hasta que la vio perderse entre la multitud y luego se volvió a Guy.
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