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🎧 AudioQuin ✅ Confiésame Tu Amor

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De un día para otro, Megan perdió todo lo que había atesorado durante años con amor: su trabajo, su familia y su novio. Su mundo se había derrumbado, nada parecía estable ni seguro, excepto la tranquilizante presencia del cirujano holandés Jake Van Belfeld, que parecía decidido a ayudarla a rehacer su vida. Pero, ¿cuáles eran exactamente sus motivaciones? Él no podía estar interesado en ella, ¿o sí?



Resumen...

El pasillo era lóbrego pues estaba en el último piso de la parte más antigua del hospital. Una enfermera que acababa de dar vuelta en un ángulo agudo del corredor, miraba con horror el plato de vidrio, destrozado a sus pies. Vaya a decirle al doctor van Belfeld que tuvo un accidente. Cuando dejé caer el fórceps la semana pasada, se me quedó mirando.

Regrese al pabellón y pregúntele a la enfermera en jefe en qué puede ayudarla. Yo veré al doctor van Belfeld y le explicaré lo que pasó. El resultado del tratamiento de varios días de la señora Dodds, se había arruinado. Ahora el doctor estaría molesto, pero ocultaría su indignación detrás de un rostro calmado.

Luego caminó hacia el final del pasillo y abrió una puerta. La enfermera pasó frente a los demás, intercambiando saludos. Luego llamó a una puerta en el último cuarto. La habitación del doctor parecía tranquila, comparada con el ruido de fuera.

Era un hombre guapo. Cuando llegaron al pasillo, el doctor se agachó para ver la muestra. Luego se irguió y dijo algo que Megan no pudo comprender pues habló en holandés. Le enviaré a uno de los técnicos a su pabellón para recogerlo.

Sólo hasta que Megan llegó al final del pasillo y se perdió de vista, él regresó a su oficina. Megan regresó a su pabellón. Durante quince minutos estuvo persuadiendo a la señora Dodds de que era necesario repetir el tratamiento una vez más. En ese momento, llegó su enfermera titulada superior, Jenny Morgan.

Tal vez es bastante agradable en casa. Esa noche saldría a conocer a los padres de Oscar. Llevaba seis meses comprometida con él y al fin iba ser presentada con su familia. Megan había cumplido veintiocho años uno o dos días antes de que Oscar se le declarara.

Aunque había recibido otras declaraciones, en su interior existía un deseo especial de conocer a un hombre que borrara sus dudas acerca de que la vida sin él, sería inútil. Megan decidió que tendría que hablar con él acerca de eso. Espero que vayan a alguna parte agradable. Habló con sinceridad pues le agradaba la enfermera Rodner, pero pensaba que Oscar era un engreído.

No lo suficiente bueno para la bella criatura que se preparaba para abandonar el pabellón. En su habitación, Megan inspeccionó su guardarropa. Se decidió por un vestido de gasa china que tenía un agradable tono de azul, de manga larga y cuello alto cubierto con un saco largo suelto de un color azul, más oscuro. Escogió sus zapatos italianos más sencillos, buscó una bolsa, guantes y bajó a la entrada del hospital.

Oscar la estaba esperando, charlando con el doctor van Belfeld, quien la vio primero, pero no dio señales de haberlo hecho. Buenas noches, Oscar. Deseo que tengan una noche agradable. Su rostro era inexpresivo.

El doctor los observó entrar en el auto de Oscar, antes de volverse y caminar hacia los pabellones. Los padres del joven habían ido a Londres desde Essex. Megan, quien había recibido una cortés carta de la madre de Oscar cuando se comprometieron, se estaba poniendo nerviosa. Entonces le expreso su incertidumbre a Oscar, quien rió.

Cuando llegaron al hotel y se reunieron con los Fielding, supo de inmediato que ella y la madre de Oscar sintieron un mutuo rechazo, pero no porque hubiera habido algún signo de esto. En cambio el padre de Oscar un hombrecito que tenía un pequeño bigote, le agradó. Pero tuvieron poca oportunidad de hablar, pues Oscar los sentó ante una pequeña mesa, ordenó las bebidas y se acomodó para charlar con su padre. Megan bebió un poco de algo que no había pedido y que no le gustó.

Megan miró a su acompañante. Incluso su madre sugirió que cuando se casaran podrían usar los muebles que estaban almacenados en el ático. Además de varias alfombras que heredé de mis padres. También hay otras cosas que pertenecieron a la familia de mi marido.

Megan, sin saber lo que podría ser una rinconera, decidió no protestar. Sin embargo, hay muchos otros hospitales en Londres. Oscar tenía un rostro agradable, abierto y de buen carácter. Él parecía tenerle cariño a Megan, aunque a veces ella pensaba que su trabajo era su verdadero amor.

Yo estaré libre hasta el próximo fin de semana. Duerme bien, Megan. Podríamos arreglárnoslas para vernos una hora o dos durante la semana. Megan fue a su dormitorio y estuvo pensando.

La joven suponía que con el tiempo, ella y la madre de Oscar podrían llegar a agradarse. Él debería, pensó soñolienta, haberse enamorado de una muchacha tímida, tranquila, que se contentara con ser el segundo lugar después de su trabajo y permanecer sumisa ante su madre. Pero mientras ella daba el primer bocado de su tarta fue llamada al pabellón. Y tan delicados que Megan tuvo que llamar a todo su personal, para atender a las dos mujeres.

El señor Bright, uno de los cirujanos, opinó que ambas necesitaban ir al quirófano de inmediato. El doctor era la persona idónea para manejar la situación. Megan, tratando de controlar la emergencia y caminando en todas direcciones, lo observó irse. Las dos mujeres fueron llevadas a recuperación, después del quirófano y el pabellón volvió a su rutina normal.

Había sido un día demasiado ocupado y Megan se alegró de poder salir. Al atravesar el hospital rumbo a su dormitorio, vio al doctor van Belfeld que iba delante de ella. El hombre caminaba despacio hacia las puertas. ¿Dónde estaría su hogar? ¿Por qué salía tan tarde? se preguntó la enfermera.

Él se volvió cuando Megan llegó a la salida. Megan siguió inspeccionando con melancolía su pabellón, dando gracias a Dios de que el día miércoles estuviera próximo. Sólo había visto a Oscar una o dos veces durante breves instantes en una pequeña cafetería frente al hospital. A esa hora no había muchos lugares a donde ir, pero una buena caminata, era un agradable cambio.

El siguiente domingo, pensó con felicidad, iría con Oscar a su casa. Y una semana después, ella tendría su propio apartamento, la jefa del quirófano se casaría pronto y ya no iba a necesitar el semisótano en que vivió durante algunos años. Megan aprovechó la oportunidad. A Oscar no le había gustado la idea, pero la chica le dijo que sería maravilloso tener un lugar a donde ir.

Oscar no estuvo libre hasta el domingo. Ya había conocido al casero, un hombre maduro que ocupaba el apartamento de la planta baja. El otro lo rentaba a una dama severa, cuyos juiciosos y elegantes modales daban buena reputación a su casa, según le comentó el dueño. El apartamento se encontraba muy cerca del hospital y Megan estaba ansiosa de tener un lugar propio, aunque fuera un semisótano desvencijado.

Megan accedió a quedarse con el sencillo mobiliario y adoptar al gato extraviado que vivía en el apartamento. Además de que sería agradable tener compañía en las noches, parecía un animal amigable. Regresó temprano al hospital, ansiosa de mudarse, viendo con satisfacción que tardaría exactamente cinco minutos para llegar al Regent. Con la cabeza llena de planes agradables acerca de cortinas nuevas y una capa de pintura sobre la deprimente puerta principal, no vio al doctor van Belfeld quien salía al patio, cuando ella entraba.

Megan y Oscar salieron temprano a la mañana siguiente. Por ese motivo, pasaba los fines de semana libres y días festivos, en su hogar. Sentada al lado de él, mientras salían de Londres, Megan esperaba que un día en su hogar, lo hiciera cambiar de idea. Little Swanley estaba a un poco más de noventa y cinco kilómetros de Regent y una vez que estuvieron fuera de los suburbios, Oscar tomó la carretera rumbo a Aylesbury, luego a Thame y por último a Little Swanley.

Megan sintió un poco de desilusión ante la falta de interés de Oscar por el campo. Después de las monótonas calles que rodeaban el hospital, el campo estaba verde, había primaveras a un lado de la carretera y los árboles mostraban sus hojas nuevas. Megan, al ver la torre de la iglesia a lo lejos, las paredes laterales de la casa solariega y las tejas rojas alrededor del mercado, sintió una emoción de felicidad. Oscar recorrió la corta distancia de la entrada y se detuvo ante la puerta abierta de su casa, de paredes blancas y enmarcadas con vigas y persianas en las ventanas.

Megan volvió su sonriente rostro hacia Oscar. Su madre estaba ya a la puerta, una mujer bonita, casi tan alta como su hija. El señor Rodner entró en el vestíbulo, con el periódico bajo el brazo. El hombre bastante mayor que su esposa, usaba lentes, era de espeso cabello color gris y un agradable rostro que lo hacía parecer inteligente.

Megan lo abrazó antes de presentarle a Oscar. Oscar no pudo apartar la vista de ella. Megan les sonrió a ambos, complacida de que se sintieran amigos al instante, pues su hermana era tímida, gentil y acostumbraba a ocultarse detrás de la fuerte personalidad de su hermana. Luego ayudó a su madre a poner la mesa para la comida.

Megan vio con alivio que Oscar se sentía como en su propia casa, y a sus padres les agradaba. Ella había pensado que después de comer darían un paseo para charlar acerca de su futuro, pero él estaba tan feliz en compañía de todos, que Megan renunció a la idea y lo dejó con, su padre. Él insiste en establecerse en Londres y a mí me habría gustado que él encontrara un trabajo en el campo. Me agrada mi trabajo, pero no Londres, o al menos, no donde está el hospital.


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