Emma Trent se había pasado la mayor parte de su vida cuidando a otras personas, así que encontrar a un hombre que parecía dispuesto a velar por ella, le pareció de lo más reconfortante.
Aceptó su propuesta de matrimonio, a pesar de que se trataba de un arreglo de conveniencia. Sabiéndose poco agraciada, Emma era consciente de sus limitaciones. Pero deseaba tener hijos. ¿Sería el eminente cirujano la puerta de entrada al mundo de sus sueños?
Resumen...
La señora Smith-Darcy se había despertado de mal humor. La joven caminó sobre la extensa alfombra y se situó junto a la cama con el block de notas en la mano. Sus ojos grandes, de largas pestañas, le conferían una mirada encantadora. La señora Smith-Darcy no se molestó en mirarla.
La muchacha salió de la habitación sin pronunciar una palabra, cerró la puerta despacio y bajó a la cocina. Cook le había preparado una taza de café. Emma Trent, pedaleando contra el fuerte y frío viento de febrero, supuso que había trabajos peores que ése. El mal tiempo no le preocupaba demasiado, pero la señora Smith-Darcy era otra cosa.
Pero, gracias a ese salario, Emma conseguía añadir una buena suma a la pensión ridícula que recibía su madre. No era fácil encontrar un trabajo en una ciudad tan pequeña y, de momento, se las arreglaban bastante bien, aunque no les sobraba mucho dinero. Aparcó la bicicleta junto a la puerta de servicio y entró en la cocina. Dejó las salchichas, puso a escurrir la gabardina empapada por la lluvia y se dirigió hacia el diminuto cubículo donde pasaba la mayor parte de los días, preparando cheques, pidiendo citas, tomando notas y llevando los libros de contabilidad de la casa.
Cuando no se dedicaba a eso, arreglaba los ramos de flores o abría la puerta si Alice, la doncella, estaba ocupada o tenía el día libre. Se arregló el pelo y se secó la cara antes de acudir a la insistente llamada de la señora Smith-Darcy. La señora Smith-Darcy había osado levantarse de la cama y se estaba maquillando frente al espejo del tocador. Emma sabía que era mejor no replicar.
La señora Smith-Darcy frunció el ceño. La señora Smith-Darcy, a quien le gustaba siempre decir la última palabra, fue, por una vez, incapaz de replicar antes de que Emma abandonase la habitación. Eran más de las cinco cuando Emma montó en la bicicleta y se dirigió hacia su casa. Una casa pequeña cerca de la abadía, donde ella y su madre vivían desde la muerte de su padre, hacía ya varios años.
Y, fue después de su muerte, cuando la señora Trent se enteró de que la casa estaba hipotecada. Como no tuvieron suficiente dinero para cubrir la hipoteca, vendieron la casa y compraron una más pequeña. La pensión de la madre y el sueldo de Emma les permitían vivir discretamente. Emma sabía de sobra que su trabajo estaba mal pagado.
Por detrás de la fila de casas, había una callejuela por la que Emma solía entrar a la parte trasera del jardín. Dejó la bicicleta junto al desolado cobertizo y entró a la casa por la puerta de la cocina. La cocina era pequeña, pero tenía sitio suficiente para una mesa y un par de sillas. La sala de estar también era pequeña, aunque confortable.
La señora Trent levantó la vista de su costura. Recordó ilusionada que su patrona se iría unos cuantos días de vacaciones y, aunque le había dejado una lista inmensa de cosas que hacer, para Emma sería como estar de vacaciones. Esa estancia, según le dijo a Emma, era vital para su salud. Además de eso, Cook, liberada de las estrictas normas que le imponía la señora Smith-Darcy, se permitió preparar platos exquisitos.
Emma, que disfrutaba de esos manjares en la cocina junto a Cook y Alice, la doncella, no dudó en aceptar los cargos de esas comidas. Sabía que aquello le supondría aguantar un rapapolvo por parte de la señora Smith-Darcy, pero merecía la pena. Durante el último día de ausencia de la señora, Emma llegó a la casa a la hora establecida. Casi se cayó de la bicicleta por mirar el coche que estaba aparcado en la entrada, y a Vickery descargando los bultos del maletero.
Emma bajó precipitada de la bicicleta mientras el chófer le contaba. Yo le aparcaré la bicicleta. Seguro que Cook te prepara un buen desayuno. La puerta del dormitorio de la señora Smith-Darcy estaba cerrada, pero pudo escuchar perfectamente su voz enojada.
No podía estar muy enferma si era capaz de gritar de ese modo, pensó Emma mientras abría la puerta. Estoy enferma, muy enferma. Ese estúpido doctor que me vio en el hotel dijo que era una especie de virus. Ve y llama al doctor Treble y dile que venga de inmediato.
Si necesitara que me hicieran algo iría a un hospital privado. La tímida Alice le colocaba, mientras tanto, los almohadones de la cama. Emma bajó y llamó al consultorio. La señora Smith-Darcy llegó esta mañana de pasar unos días en Torquay.
Se sintió mal durante la noche y el doctor del hotel le dijo que tenía un virus y que debía marcharse a casa. Dice que se encuentra muy mal y que quiere que el doctor Treble la vea inmediatamente. Emma encontró a la señora Smith-Darcy sentada sobre la cama retocándose el maquillaje. Debía haber modos más fáciles de ganarse la vida, pensó mientras bajaba a la cocina para pedirle a Cook que preparase una limonada.
Subió el refresco a su habitación, pero tuvo que regresar con él de nuevo a la cocina porque la señora no lo encontraba lo suficientemente dulce. Tal vez, pensó Emma mientras bajaba una vez más las escaleras, el doctor la recetase algún medicamento que consiguiese tranquilizarla y mantenerla adormecida durante largos períodos de tiempo. Cuanto más rico, más tacaño, pensó Emma mientras retiraba los sobres y clasificaba las facturas esparcidas sobre la cama y el suelo. Estaba de rodillas, de espaldas a la puerta, cuando Alice entró para anunciar que el doctor había llegado.
Algo en su voz hizo que Emma se volviera a mirar. No era el doctor Treble, sino un desconocido que, desde la posición en que ella se encontraba, parecía enorme. Emma se percató de su mirada burlona cuando ella se levantó del suelo. Yo pedí que viniera el doctor Treble.
El se acercó a la cama. Sustituyo al doctor Treble por un corto período de tiempo. Señorita Trent, tráigale una silla al doctor. No es nada serio, señora Smith-Darcy.
Soy viuda, doctor, no tengo hijos y estoy muy débil. La señora Smith-Darcy comenzó a impacientarse. Le aseguro que no le pasa nada, señora Smith-Darcy. Se encontraría mejor si se levantase de la cama.
Emma le abrió la puerta, pero él permitió que ella saliese primero y él mismo la cerró tras ellos. La mayor parte del tiempo estoy con la señora Smith-Darcy. Emma sonrió ante la absurda idea y el doctor pensó entonces que ella tenía una sonrisa encantadora. Lo acompañó hasta la puerta, y desde allí, vio el Rolls Royce plateado que lo esperaba en la entrada.
Emma le pidió disculpas por su indiscreción y se puso colorada. Se quedó en el umbral de la puerta hasta que el coche desapareció de su vista. Encontró a la señora Smith-Darcy especialmente malhumorada cuando subió a su dormitorio. Baja a por mi café y unos borrachos.
Irás a la farmacia mientras me tomo el café. Cuando regresó, la señora Smith-Darcy le preguntó. Emma, prudentemente, no hizo ningún comentario al respecto. Bajó a la cocina para encargar la cena que la señora había decidido.
De nuevo, una comida demasiado copiosa según la advertencia del médico, pensó Emma. Luego, bajó a la bodega a por una botella de Bollinger que satisficiera el paladar de la enferma. Aquella noche, Emma le habló a su madre del nuevo médico durante la cena. Una respuesta que no complació a su madre.
Febrero, cansado del invierno, se adelantó a la primavera durante un par de días. Emma iba de un lado para otro en casa de la señora Smith-Darcy sin parar de hacer planes. El domingo siguiente pasaría el día fuera, con su madre. Emma se levantó temprano, dio de comer a Queenie, su viejo gato, preparó el té y desayunó junto a su madre.
Mientras ésta recogía, Emma fue a la oficina a alquilar el coche. El señor Dobbs conoció al padre de Emma y llevaba tiempo animándola a que alquilase un coche pequeño a precio reducido. Allí, tomaron un café antes de continuar hacia Bovey Tracey. Tomaron la estrecha carretera hacia Ilsington y, tras pocos kilómetros, la madre de Emma se desvaneció calladamente sobre el asiento.
Emma detuvo el coche inmediatamente y trató de que su madre recuperara la consciencia. Le desató el cinturón de seguridad y le buscó el pulso mientras la señora Trent permanecía inconsciente y con los ojos cerrados. Emma miró alrededor. Tomó una manta del asiento trasero del coche y cubrió a su madre con ella.
Su madre recuperó entonces la consciencia y Emma se sintió aliviada. La señora Trent comenzó a quejarse de fuertes dolores. Dar la vuelta, tomar la carretera principal y regresar a Bovey Tracey. Dio marcha atrás al coche, desplazándose a muy lenta velocidad, pues los laterales de la carretera estaban cortados en un profundo talud.
El doctor Wyatt la siguió sin decir ni una palabra. La señora Trent tenía mal aspecto, estaban muy pálida y tenía las manos heladas. Creo que la úlcera ha perforado el estómago de tu madre, lo cual precisa una intervención inmediata. Cuando hubo llamado, el doctor ya había transportado a su madre al coche.
La colocaron cómodamente sobre los asientos traseros y Emma se sintió aliviada cuando su madre pareció encontrarse mejor. Emma condujo durante casi dos kilómetros hasta que encontró un camino adyacente donde pudo girar y rehacer el camino. La vida de su madre peligraba y temía no llegar a tiempo al hospital. Su madre está en buenas manos y, en cuanto la trasladen a su habitación, podrá verla.
Emma negó con la cabeza. Emma se sentó y trató de no llorar. No quería que su madre la viese preocupada. Entonces, él la tomó en sus brazos y Emma rompió a llorar.
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