Por fin habían cazado al soltero más codiciado.
¿Quién podía olvidar al imponente aventurero Daniel Bradford? Su imagen se había hecho famosa en la prensa después de que hubiera rechazado en un programa de radio en directo la proposición de matrimonio de su novia. Al quedarse de nuevo sin pareja, todas las solteras de Londres querían conquistarlo. Pero él no parecía dispuesto a dejarse capturar por nadie… hasta que conoció a Chloe Michaels. ¿Qué tenía ella de especial? Según nuestras fuentes, esa guapa y decidida rubia, especialista en orquídeas, iba a suponerle al Indiana Jones londinense… ¡la aventura de su vida!
Resumen...
Daniel siempre se quejaba de que su móvil sonaba en los momentos más inoportunos. Como ese. Justo cuando estaba sacando de su maceta una delicada venus atrapamoscas, con las manos llenas de raíces y tierra, vibró el bolsillo de sus pantalones. Como se negaba a asignarle un tono diferente a cada persona de su lista de contactos, el sonido de su viejo teléfono móvil no le dio ninguna pista sobre quién podía estar llamando.
El teléfono comenzó a deslizársele y, de prisa, tuvo que agarrarlo con la mano todavía sucia.
¿Daniel Bradford? preguntó una aterciopelada voz masculina que le resultó extremadamente molesta.
Daniel se enderezó y miró a su alrededor en el vivero tropical del Jardín Botánico Kew de Londres, buscando a los graciosos que le estaban gastando una broma. Al menos, las paredes de cristal hacían imposible que nadie pudiera esconderse por allí. En cuanto los encontrara, les daría su merecido.
Sin embargo, lo único que vio fue a un estudiante solitario de jardinería, llevando un carrito con semillas con los auriculares puestos, ajeno al mundo que lo rodeaba.
Vociferando para sus adentros, recordó la colección de sobres rosas y rojos que había tenido en su mesa cuando había llegado al trabajo esa mañana.
Daniel dio un respingo. Debía de ser un concurso radiofónico de una cadena desconocida. Estaba seguro de que no le interesaba el premio que aquel idiota pudiera ofrecerle. ¿Acaso no podía hacerle una pregunta mejor que en qué año estaban? Hasta su sobrino de cuatro años podía responder a esa pregunta.
Claro, los años bisiestos son así, continuó diciendo el locutor con una voz perfectamente modulada y rio de nuevo. Sabes que faltan un par de semanas para el veintinueve, pero tenemos una sorpresa de San Valentín para ti, Daniel. Hay una jovencita que quiere preguntarte algo.
Daniel bajó la vista a la planta que tenía en la mano. A pesar de que estaba fuera de su maceta, una mosca se acercó a ella, atraída por su dulce néctar. Voló alrededor de sus hojas, buscando dónde posarse.
¿Dan?, dijo una voz femenina y suave que reconoció al instante.
Petrificado, Daniel no quiso ni pensar lo que se avecinaba.
¿Georgia? preguntó él al oír la voz de su novia. Sin poder evitarlo, sonó malhumorado y a la defensiva. ¿Qué estás haciendo?
Daniel... balbuceó ella y tragó saliva. Sé que lo has pasado mal hace poco y me ha gustado mucho poder estar a tu lado para apoyarte... pero las cosas han mejorado y creo que podríamos hacer una buena pareja.
Él se quedó boquiabierto, incapaz de hablar.
Quiso cerrar los ojos y bloquear el sonido que emitía el teléfono, pero estaba hipnotizado por cómo la mosca aterrizaba en el centro de la trampa de la planta carnívora. Meneó la cabeza, intentando advertir al insecto de que huyera.
Por eso, Daniel, lo que estoy haciendo... prosiguió la voz femenina, interrumpiéndose con una risita nerviosa. Es pedirte que te cases conmigo.
En un solo y rápido movimiento, la planta cerró sus hojas sobre la mosca y apretó. Podía oírse el frenético movimiento del insecto, luchando por sobrevivir, mientras la planta apretaba más y más su cabeza.
Un terrible silencio cayó sobre él. Estaba solo en el vivero y la mosca había dejado de luchar. Parecía como si todo Londres estuviera conteniendo el aliento, esperando su respuesta.
¿Es una broma, Georgia?, preguntó él con voz quebrada y tono de súplica.
La Georgia que él conocía no era así. Durante el año que habían salido juntos, le había parecido una mujer sin complicaciones y sin exigencias. Sin expectativas de matrimonio. ¿Qué estaba pasando? ¿Cómo era posible que, de pronto, le sacara el tema... y en la radio?
Una proposición de matrimonio era algo que debía hacerse en privado, a solas con la pareja, pensó y apretó los dientes para no exigirle una explicación en ese mismo instante. De pronto, estaba furioso con ella porque había cambiado las reglas de su relación sin avisarle.
El locutor de voz de seda rio de nuevo.
Bueno, Georgia, parece que has dejado al pobre hombre sin palabras.
¿Qué podía decir?, se preguntó Daniel.
Se imaginaba a Georgia allí sentada en la estación de radio, con miedo y una sonrisa para simular que todo iba bien, mientras el corazón se le aceleraba y los ojos se le llenaban de lágrimas.
Georgia era una mujer encantadora, sí. Era inteligente, decidida y sensible. Cualquier hombre tendría suerte de estar con ella. Debería responder que sí.
Pero no lo hizo.
No, Daniel no pensaba volver a tropezar con esa piedra, por muy encantadora que fuera la mujer en cuestión.
Entonces, el sonido volvió a cobrar vida a su alrededor. El sistema automático de riego del invernadero de al lado, el crujido de una puerta, un avión sobrevolando el cielo camino a Heathrow. En ese momento, Daniel fue consciente de que podía haber cien mil orejas escuchando su conversación y comprendió lo pública y completa que podía ser la humillación de su novia si le daba la respuesta incorrecta.
Por desgracia, en lo que tenía que ver con Georgia y él, la respuesta incorrecta era lo correcto.
Él no la amaba. No estaba seguro de que pudiera amarla nunca. Y ella se merecía algo mejor. Con cuidado, sostuvo el auricular entre el hombro y la cabeza y volvió a dejar la planta carnívora, ya saciada, en su maceta.
Daniel debería haber intuido que su relación no podía seguir para siempre en el cómodo estado en que la habían mantenido durante un año. En ese mundo, las cosas o evolucionaban o decaían.
Había conocido a Georgia cuando Kelly había estado en medio de su tratamiento de quimioterapia. Ella le había ayudado a olvidar que su hermana pequeña podía no sobrevivir hasta Navidad y que su cuñado se había fugado con su entrenadora personal, dejando a Kelly sola con su diagnóstico de cáncer y dos hijos menores de cinco años. Si no hubiera sido por Georgia, habría ido a buscar a Tim y le habría hecho tragar todas las plantas venenosas de su invernadero.
Daniel meneó la cabeza. La venus atrapamoscas estaba cerrada por completo. Ni siquiera podía verse la mosca que había dentro.
Debería haber sabido que, antes o después, Georgia se haría ilusiones, caviló. Ella no era la única culpable de la embarazosa situación en que se encontraban. Esperar casarse tampoco era nada horrible.
Entonces, él se dio cuenta de que seguía agachado. Levantó la vista a una blusa ajustada rosa y a unos labios de color rojo vivo.
¿Qué? dijo él, tragando saliva de nuevo. Tenía que dejar de mirarla babeando así, pensó.
Por suerte, sus piernas obedecieron y se puso en pie. Lo malo fue que, al mirarla desde arriba, le cautivó su impresionante escote.
Dicen que has cambiado el látigo por unas tijeras de podar.
Daniel asintió con las tijeras de podar en la mano. La mujer era rubia platino, con el pelo ondulado.
Es una pena, comentó ella y le tendió la mano.
Él se quedó embobado mirándole la mano, que tenía unas largas uñas rojas a juego con los labios. Entonces, se dio cuenta de que llevaba un distintivo con su nombre, a un lado de su poderoso escote.
Chloe Michaels, se presentó ella, le tomó la mano y se la estrechó con fuerza. Especialista en orquídeas y nueva en el botánico.
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