¿Podría esa cita a ciegas llevarlos a una cita ante el altar?
Aunque Serena siempre había detestado las citas a ciegas, había decidido darle la espalda a su inusual educación y probar la experiencia. Deseaba casarse con el hombre perfecto y tal vez lograra encontrarlo de esa manera.
Jake era un ejecutivo de éxito, un hombre responsable que había trabajado con ahínco para escapar de sus raíces y que vivía de acuerdo a una sola regla: no casarse nunca.
Una mesa iluminada por la luz de las velas, una docena de rosas rojas y una botella de champán. Todo estaba preparado para la perfecta cita a ciegas.
Resumen...
Serena. Jake cruzó la enorme avenida a la carrera, abriéndose paso entre el insoportable tráfico de Londres, escuchando el sonido airado de los cláxones cuando iba haciendo zigzag entre los coches. Cuando por fin llegó a la otra acera, sacudió la cabeza para quitarse el agua del pelo. No iba a tener un aspecto perfecto cuando llegase al restaurante.
Mientras Serena no tuviera risa de caballo soportaría la tentación de huir por la ventana del lavabo. Esperaba que hubiese una ventana. Que se llamaba Serena y tenía cara de caballo. En realidad, seguramente habría planeado exactamente a qué hora debía llamarlo para que estuviese más ocupado.
Jake tomó un atajo por el parque. Jake respiró profundamente para saborear el olor a tierra mojada. Jake tomó el Financial Times que llevaba bajo el brazo y colocó unas cuantas páginas sobre su pecho... sin tocarlo. Con un poco de suerte, cuando la lluvia hubiera empapado el papel, al mendigo se le habría pasado la borrachera y se iría a algún sitio más seco.
Y no sabía por qué su hermana Mel lo había elegido para que se encontrase con la caballuna Serena. Según lo que había leído en Internet, el restaurante era pequeño, familiar, nada especial. Aunque a Serena eso le daría igual. La ventana del lavabo sonaba cada vez más tentadora.
Y vio, sin poder hacer nada, como a cámara lenta, que esa ola de agua sucia lo empapaba de la cabeza a los pies. Sin pensar, pisó el freno, salió del coche y se dirigió corriendo hacia el pobre hombre al que había empapado. Estaba mirando su traje empapado como si no se lo pudiera creer. El hombre levantó una ceja.
Aquel hombre tenía un rostro muy atractivo. Había empapado a un chico guapísimo. Me temo que no estoy para ir a cenar a un restaurante. No sabe cómo lo siento... Le he estropeado la noche, así que le llevo donde usted me diga.
Y esa mandíbula firme... Parecía un hombre que controlaba su destino. Éste me lo ha prestado... un amigo. No pensaba decirle que era el coche de su padre. Pero no le gustaba admitir eso cuando conocía a un hombre que le gustaba.
Los ardientes ojos azules estaban mirándola intensamente. «Venga, chica, replica con alguna broma.» No me apetecía nada lo que tenía que hacer esta noche y usted me ha dado la excusa perfecta para salir corriendo. Tenía una cita con una chica que parece un caballo... y no sé si es la cara o los cuartos traseros en lo que más se parece.
Como estaban parados en un semáforo, ella lo miró a los ojos. Podríamos cenar cerca de mi casa, en un restaurante.
Jake soltó una carcajada y eso la relajó un poco. Curiosamente, la idea de encontrarse con Charles Jacobs cada vez se le antojaba menos apetecible. Pero al menos dame tu número de teléfono. Y entonces Cassie la mataría por darle plantón al que podía ser el «hombre de su vida» y eso no podía ser.
Pero Jake sacó una tarjeta del bolsillo y anotó algo en el dorso con una pluma. Éste es mi número de teléfono. Incluso la tarjeta estaba mojada. Desde luego lo había empapado, al pobre.
Sus ojos se encontraron. Por un lado, le daban ganas de tirar la tarjeta por la ventanilla. Adiós, Jake. Iba a arrancar de nuevo cuando Jake golpeó la ventanilla con la mano.
Ella presionó el botón, disfrutando de su evidente irritación cuando la ventanilla empezó a bajar con toda lentitud. Y después de decir eso subió la ventanilla y desapareció al final de la calle. En lugar de hacerlo tocó el claxon y sacó la mano por la ventanilla. No había querido estropear el momento, no quería que el guapísimo Jake sacara conclusiones precipitadas sobre ella.
¿Por qué no la habían llamado Sally o Susan?
Y Sally era el tipo de chica cuyo padre tenía un trabajo de nueve a cinco, mientras su madre se dedicaba a hacer pasteles y se preocupaba por la cantidad de maquillaje que se ponía su hija adolescente. Ahora tendría que llamarlo ella si estaba interesada. Suspirando de nuevo, dio la vuelta a la esquina y se dirigió al restaurante. Quizá había merecido la pena no decirle su nombre para verlo con la boca abierta.
Al menos tendría algo por lo que sonreír si Charles Jacobs resultaba ser un aburrido. Después de aparcar el coche en la puerta miró su reloj. Sólo llegaba media hora tarde. De modo que salió del coche y corrió al restaurante.
Un hombre grueso de mediana edad apareció entonces por la puerta que conectaba la cocina con el bar. El hombre hizo un gesto hacia su mesa favorita, cerca de la ventana. Mataría a Cassie si hubiera vuelto a prepararle una cita con un idiota. Su amiga sabía que estaba dispuesta a sentar la cabeza, pero no parecía entender la diferencia entre estable y responsable y absolutamente insoportable.
Si le decía que no, Cassie insistiría durante días y días hasta que por fin se rindiera, de modo que lo mejor era decir que sí desde el principio y ahorrarse la charla. Gino le llevó una copa de su vino favorito y ella se puso a mirar por la ventana. Se levantó con una sonrisa en los labios cuando un hombre con traje de chaqueta y un ramo de flores pasó por delante, pero el hombre pasó de largo y se encontró con una rubia que lo esperaba a la entrada del metro. Ah, no era Charles Jacobs.
Los minutos pasaban y la única persona que entró en el restaurante fue un hombre bajito y calvo. Ella se escondió detrás de la carta, rezando para que no fuera Charles Jacobs... Afortunadamente, una mujer alta con los dientes torcidos lo esperaba al otro lado del restaurante. Entonces bajó la carta... y se sobresaltó al ver a Gino, que parecía haberse materializado de repente. Ha llamado por teléfono.
Pero también ha dicho que, por supuesto, tu cena de esta noche corre por su cuenta. Gino le guiñó un ojo. Que no tuviera nada mejor que hacer y pudiese ir a comer donde le diera la gana y a la hora que le diera la gana no tenía nada que ver. La cena estuvo bien, pero la venganza contra el grosero señor Jacobs le supo aún mejor.
Además, así Cassie no podría decir que no lo había intentado. Y hablando de Cassie... había llegado el momento de decirle cuatro cosas. De modo que sacó el móvil del bolso y marcó su número. Mi nueva compañera de trabajo me ha hablado tanto de su hermano que ya casi me parece un amigo de toda la vida.
Así que puedes decirle a tu compañera que vaya a visitar a su hermano lo antes posible porque se va a morir de un infarto cundo vea la cuenta. Podía llamarlo.
Jake habría tenido tiempo de darse una ducha y cambiarse de ropa. Entonces sacó la tarjeta del bolso para mirar el número... y se le encogió el corazón. La tarjeta debía estar mojada cuando lo anotó y los números estaban casi completamente borrados. De modo que guardó la tarjeta en el bolso, doblemente airada con el invisible Charles Jacobs.
Los ojos de Gino brillaron de orgullo. Gino y María la despidieron en la puerta del restaurante. Era hora de irse a casa y hacer planes. La había animado la idea de volver a ver a Jake.
Enfadada, subió al coche y sacó la tarjeta del bolso, intentando descifrar los números. No sabía su número de teléfono, pero sí dónde vivía. No sabía qué podría pensar él si la encontraba esperando en la puerta de su casa... Ella estaba buscando amor y compromiso, no un revolcón, y aparecer en su casa a las diez de la noche sería dar una impresión equivocada. Entonces le dio la vuelta a la tarjeta y lanzó una exclamación de alegría.
Podía esperar unos días y llamarlo después, como si estuviera aburrida. Jake cada vez le gustaba más. Y también podía ser el tipo de hombre con el que una chica querría sentar la cabeza. Entonces se fijó en el nombre y estuvo a punto de tirar la tarjeta del susto... Charles Jacobs.
Pero si le había dicho que se llamaba Jake. Estaba a punto de tirar la tarjeta por la ventanilla, por segunda vez, pero se detuvo. Jake podía ser un diminuto de Jacobs. Nadie la llamaba Serendipity, sino Serena.
Era comprensible que Jake no quisiera usar un nombre tan aburrido como Charles. Entonces volvió a mirar la tarjeta y tuvo que sonreír. Así que él era Charles Jacobs.
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