Aquél era el hombre perfecto para la misión...
Nadie se sorprendió más que Caleb Freemont cuando la recatada librera le hizo una oferta que ningún hombre con sangre en las venas podría rechazar. Pero tener un hijo con la inocente Victoria Holbrook y después marcharse de su lado era algo impensable. Caleb se negaba a hacer lo que le pedía... a no ser que ella diera el “Sí, quiero”.
Victoria no quería un marido, pero deseaba desesperadamente tener un hijo. Y Caleb parecía el mejor candidato para sus planes: era guapo, cariñoso y un soltero empedernido. ¿Cómo era posible entonces que hubiera acabado casada con él? Y lo que era más grave, se estaba enamorando. ¿Podría convencerlo de que aquel matrimonio de conveniencia podía llegar a ser mucho más?
Resumen...
TREINTA y seis años no son tantos, se dijo a sí misma Victoria Holbrook mientras se dirigía a casa después de cerrar su librería.
Todavía le quedaba mucho tiempo en la vida para hacer cosas. Hola, señorita Holbrook, exclamó la pequeña Misty Ordway. Mire, mire, tengo un bebé nuevo.
La pequeña se dirigió a Victoria mientras arrastraba a su muñeca de un brazo. Los ojos le brillaban de emoción y Victoria no pudo evitar sonreír. Es un bebé precioso, dijo Victoria.
Cuando Misty pasó por su lado, Victoria pensó que si se hubiera casado y se hubiera quedado emcabarazada cuando tenía veintinueve años, probablemente tendría su propio bebé. Con tristeza observó a Misty mientras se alejaba hablando a su «bebé». ¿Cómo te va, Victoria?, le preguntó la dueña de la frutería Flora Ellers.
Flora sostenía a su bebé en una de sus caderas y el pequeño le daba golpecitos con su mano diminuta. Flora le respondió con un dulce beso en la frente.
A Victoria se le encogió el corazón. Me va bastante bien, Flora. Gracias por preguntarme. Espero que a ti también te vaya bien, le respondió Victoria.
Flora era encantadora y parecía que quería charlar, pero Victoria se excusó y se apresuró hacia su casa. Sin embargo, a pesar de lo fácil que le podía resultar huir de sus vecinos y de todas las cosas externas que le pudieran recordar su fracaso para concebir a la edad que ella se había marcado, no podía huir de la verdadera realidad.
Las cosas no le iban bien. Ese día cumplía treinta y seis años. Al año siguiente tendría treinta y siete y después treinta y ocho y después treinta y nueve. En muy poco tiempo sus ovarios y todo lo que le hacía ser fértil empezarían a dejar de funcionar. Bueno, ni siquiera he empezado, murmuró Victoria justo en el momento en que sentía que alguien pasaba por su lado. Perdone, ¿qué no ha empezado?
Victoria se sorprendió y miró directamente a los ojos azules plateados de Caleb Fremont, el atractivo propietario del periódico Gazette de Renewal, Illinois. Parpadeó e intentó recomponerse.
Caleb Fremont frunció el ceño y Victoria se dio cuenta del gran tamaño de aquel hombre. Nunca había estado tan cerca de él. No creo que mucha gente considere eso un éxito.
Caleb encogió sus anchos hombros, enfatizando así las líneas de su cuerpo. Llevaba la corbata torcida y por el cuello de la camisa le asomaba el pelo del pecho.
Victoria volvió a sentir un curioso vuelco en su interior. Lo miró y se preguntó cómo serían las mujeres con las que Caleb salía normalmente, pero apartó la mirada inmediatamente. No quería malgastar el tiempo pensando en cuál era el tipo de Caleb Fremont y en si ella entraba dentro de sus gustos. De todas formas, ninguna de las mujeres de Renewal parecía ser de su agrado. Al parecer, Caleb tenía por norma no salir con las mujeres que vivían en el pueblo. Puede ser que su librería no fuera lo que la gente se esperaba, dijo él, pero no cabe duda de que dio un gran impulso a la economía del pueblo porque enseguida se abrieron otras tiendas. Estamos empezando a tener la reputación del pueblo que se construyó con libros.
Si hubiera sido una mujer que se ruborizara con facilidad, se habría ruborizado de orgullo. Pero consiguió disimular la alegría que había sentido al oír el cumplido de Caleb. La mayoría de la gente no relacionaba su negocio con la aparición de nuevos comerciantes. Gracias, señor Fremont, dijo ella tímidamente. Y de verdad, no se preocupe por mí. Voy de camino a casa. Simplemente estaba pensando. Eso es algo bastante habitual en una mujer que trata con libros.
Él asintió. El sol crepuscular le producía reflejos dorados en su cabello. De acuerdo. Felicidades, señorita Holbrook. Espero que tenga un buen día. Un cumpleaños siempre debería ser especial.
Eso es lo que debería ser, pensó Victoria mientras el hombre más atractivo del pueblo se alejaba de ella. Pero sus cumpleaños ya no eran nada especial. Se habían convertido en algo desagradable. La hacían actuar y sentirse de una forma extraña, como le había ocurrido hacía sólo unos instantes. Creo que es horrible que una mujer piense que se está haciendo mayor y que la manera que tenga de animarse sea pintar el cartel de su tienda. ¿Tú no lo crees?
Pero Caleb ya había tenido suficiente. A trabajar, Denise, le ordenó.
Él pensaba que la edad de Victoria Holbrook, su apariencia o el cartel de su tienda no eran asunto suyo. Era un hombre sano y normal y hacía cosas normales, igual que hacían otros hombres, pero la verdad era que había decidido mantenerse alejado de las mujeres de Renewal, porque, a pesar de lo sano o normal que fuera, hacía mucho tiempo que había tomado la decisión de que no iba a prometer lo que no pudiera dar. Y no iba a permitir que su inconstancia le causara enemistades entre las mujeres que eran sus compañeras de trabajo o sus vecinas. No quería involucrarse demasiado con las mujeres con las que trabajaba ni con las que convivía. Eso no era bueno para la comunidad.
Así que no quería pasar ni un minuto más pensando en la tranquila y discreta Victoria Holbrook.
De modo que azul, ¿eh? Esperaba sinceramente que se hubiera animado el día anterior.
Era simplemente el deseo de un buen vecino, porque, por supuesto, la vida de Victoria Holbrook no era de su incumbencia.
Victoria observó el cartel recién pintado.
Durante unos instantes, pensó en llamar de nuevo a los pintores para que lo volvieran a pintar como estaba. No debería estar pensando en esto, se dijo a sí misma. Es sólo un cartel.
Pero ella sabía que era algo más que eso. Era un impulso provocado por sus sentimientos del día anterior. Y nunca había sido impulsiva.
Además, el color nuevo significaba un cambio. Y Victoria no había sido una persona a la que le gustaran los cambios. Era un color que llamaba más la atención y a ella nunca le había gustado ser el centro de las miradas.
Todavía se acordaba de los años en que sus padres le insistían para que fuera más alegre y más abierta, para que saliera más con ellos y pudiera subir al escenario. Recordaba con dolor sus muchos intentos por satisfacer a sus padres y la terrible humillación que sentía ante las carcajadas del público.
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