Liz no había vuelto a ver a Matt Garvock desde que, siendo una adolescente, él le rompió el corazón. Era la última persona de la que esperaba recibir apoyo cuando regresó a la ciudad sola y embarazada. Sin embargo, Matt le estaba ofreciendo algo más que un hombro sobre el que llorar, le proponía revivir la pasión que una vez habían compartido…
Embarazada de gemelos, a Liz le resultaba muy difícil resistirse a tal proposición. Estaba claro que Matt la deseaba con todas sus fuerzas, pero ella debía tener en cuenta a los hijos que estaba esperando. Así que él tendría que aceptar el paquete completo…
Resumen...
Liz Rossiter sintió una punzada de aprensión al ver la expresión de furia del hombre que estaba sentado frente a ella. Un momento del pasado, que Liz había enterrado hacía ya trece años, afloró de nuevo en su memoria, haciéndole sentir frío a pesar del sol que brillaba en el cielo neoyorquino. Colin apartó la silla de la mesa y se puso de pie. También sabes que le paso una pensión a mi ex mujer y que tengo que pagar la universidad de mis tres hijos.
Por el silencioso asentimiento de Colin se dio cuenta de que lo impensable era exactamente lo que estaba sugiriendo. Matthew Garvock abrió el paraguas al salir de su bufete de abogados, situado en Main Street, en la pequeña ciudad de Tradition, Columbia británica. La lluvia había estado cayendo con fuerza durante todo el día y no parecía que fuera a parar. Había tenido una semana frenética, pero el negocio estaba creciendo y no podía quejarse.
Cuanto más trabajara, más dinero ganaría. Y el dinero le venía bien, pensó mientras caminaba por la acera mojada hacia la pizzería que había en la siguiente manzana, pues el pago en efectivo para la compra de su nueva casa había mermado sus ahorros de manera considerable. Miró furioso a través de la lluvia, pero solo pudo ver parte del coche justo antes de que desapareciera por otra calle. Mientras se sacudía las perneras de los pantalones y continuaba su camino pensó que el coche no pertenecía a nadie de la ciudad, pues la mayoría de la gente de por allí tenía furgoneta.
Un Porsche era un coche de ciudad, y aquel en particular lo conducía alguien con los modales típicos de la ciudad. La gente de la gran ciudad siempre estaba demasiado ocupada y no tenía tiempo para nadie. No solía ir por allí, pues Molly y su madre siempre le llevaban comida a casa o bien le invitaban a comer, pero aquella noche Molly se había llevado a los niños al cine y su madre se había ido a pasar el fin de semana a Kelowna, así que estaba solo. La verdad es que le apetecía, pues, cansado tras una frenética semana, necesitaba un poco de tiempo para él.
Después, con una cerveza y la pizza, pasaría un par de horas en el sofá viendo la tele. Suspiró aliviada y se apoyó contra la puerta, sin prestar atención a la lluvia que le caía encima. Solo quería asegurarse de que su padre aún vivía en la casa familiar, y así parecía ser, aunque aquella noche había salido. Una de ellas era que le iba a plantar cara a su padre.
Laurel House era la casa de su padre, pero legalmente también era de ella. Abrió la puerta y entró. Entró en la habitación de su padre y observó que estaba igual que la recordaba. Y la cama nunca había tenido un aspecto tan apetecible.
Se quitó el abrigo y lo dejó encima de la silla. Decidió echarse a descansar un rato hasta que volviera su padre. Se incorporó en la cama y sintió cómo temblaba. Su padre había vuelto e iba a enfrentarse a él.
Se levantó de la cama y se acercó con cuidado a la puerta, pero dudó. Los arranques de ira de su padre siempre la habían aterrorizado. Acababa de tomar un trago de cerveza cuando Matt oyó un ruido detrás de él. Sus ojos estaban abiertos de par en par, tenía un gesto de consternación y la cara tan pálida como el arrugado traje de color crudo que cubría su delgado cuerpo.
Matt se llevó la lata de cerveza a la boca y dio otro trago. Los ojos de ella se abrieron más aún. Intrigado por su reacción, Matt continuó hablando y la observó con curiosidad. Solo está a tres kilómetros de la ciudad y tiene unas vistas fantásticas, así que la compré.
El dueño sufrió un ataque al corazón hace algunos años y no podía pagar los gastos, de manera que al final tuvo que venderla. Si antes estaba pálida, se había puesto del color de la ceniza. Los ojos de Liz se volvieron de un frío helado, pero sus mejillas estaban al rojo vivo. Intentó ver más allá de la piel, los ojos y la ropa.
Trece años durante los cuales no había conseguido librarse del sentimiento de culpa y de arrepentimiento. Beth, tenemos que hablar de lo que ocurrió hace trece años. Para empezar, no me llames Beth. Si tienes que hablar conmigo, llámame Liz o señorita Rossiter.
Matthew, no tengo ningún interés en saber qué ocurrió después. Ella le había partido el corazón al desaparecer de su vida. Pero él sabía que también había roto el corazón de Liz. Pero él se movió con rapidez y llegó a la puerta antes, bloqueándole la salida.
Pagué una buena cantidad de dinero por ella. Pero cuando se irguió, Matt se dio cuenta de que también era algo que no había sido en su adolescencia. Liz Rossiter era una luchadora.
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