Max Fleming necesitaba una nueva secretaria y la señorita Jilly Prescott parecía adecuada para el puesto porque, además de que tenía los conocimientos y experiencia necesarios, no era probable que se fijara en él, ya que seguía enamorada de Richie Blake. De hecho, Max incluso se ofreció a ayudarla a recuperarlo.
El plan parecía sencillo: un corte de pelo, un nuevo vestuario y el atractivo Max acompañándola a una fiesta sensacional. Con eso, estaban seguros de que Jilly atraería la atención de su antiguo amor. Pero, cuando Max la llevó a aquella fiesta, empezaron a ocurrírsele ideas extrañas respecto a Jilly, y ninguna de ellas tenía nada que ver con arrojarla a los brazos de otro hombre.
Resumen...
MAXIM FLEMING estaba irritable. Y a su hermana, al otro lado de la línea telefónica, no le quedaba ninguna duda. Max, en la actualidad, no hay muchas chicas especializadas en taquigrafía. Al menos, no la clase de chicas que le había enviado a su hermano.
Cosa natural por otro lado, ya que ella y su hermano tenían diferentes objetivos y, desgraciadamente, sospechaba que su hermano lo había descubierto. El dinero no es un obstáculo, estoy dispuesto a pagar lo que sea por una secretaria que sepa mecanografiar correctamente y hacer dictados a una velocidad un poco mayor a la que lo haría si escribiera normal. Has despachado a un montón de excelentes secretarias en cuestión de dos semanas. Max Fleming lanzó un gruñido.
Bueno, pues te aseguro que no me impresiona. Cierto que había elegido a las chicas que había enviado a su hermano por su aspecto físico y su encanto personal, pero no era posible que fuesen tan malas profesionales. Al menos, hasta que la madre de Laura se haya recuperado lo suficiente como para volver al trabajo. Jilly Prescott.
Vamos, llama a los contactos que ha puesto en el currículum como referencia. Jilly Prescott marcó el número de teléfono de su prima. En estos momentos no puedo atenderte, pero si dejas tu nombre y tu número de teléfono, te llamaré lo antes posible. Jilly esperó a oír el familiar pitido.
Te llamo para decirte que he conseguido un trabajo en Londres y que voy a tomar el tren de por la mañana que va a King's Cross. Jilly colgó el teléfono y se volvió hacia su madre. Su madre pareció dubitativa. Y si no llama, tengo el teléfono de la oficina donde trabaja.
La agencia Garland era la mejor de Londres y había solicitado sus servicios. Prométeme que, si algo no va bien, si Gemma no puede o no quiere tenerte en su casa, volverás a casa inmediatamente. Una promesa a su madre no era algo que se hiciera a la ligera. Y también le prestó el dinero para comprar el billete de tren a Londres, donde le habían ofrecido un trabajo en una emisora de comercial de la capital.
No era ella sola quien tenía dudas, pero las de Jilly no tenían nada que ver con su capacidad para realizar el trabajo. Pero aunque había llamado a su prima desde la estación al llegar a Londres, con lo único que había hablado era con el contestador automático. Y ahora, como si no hubiera tenido bastante con eso, aquella mujer que la había hecho ir de Newcastle hasta allí, parecía dudar de ella. Evidentemente, su blusa planchada impecablemente no le había impresionado.
Había hecho todo lo que estaba en sus manos por dar la imagen de una secretaria eficiente, inteligente y de buenos modales. Necesitaría algo más que una blusa bien planchada para disimularlo. En esos momentos, Amanda Garland, de la agencia Garland, la estaba mirando como si no pudiera creer haber sido capaz de ofrecer un trabajo a Jilly Prescott, por impresionante que fuera su currículum. La verdad era que, allí sentada, en la elegante oficina lujosamente alfombrada, Jilly tampoco podía creerlo.
En los listados de la biblioteca local, había hecho una lista de las agencia de secretarias en Londres que ofrecían trabajo temporal con la esperanza de que su currículum impresionara lo suficientemente a alguien para darle una oportunidad. Al fin y al cabo, su currículum era realmente bueno. Amanda Garland estaba empezando a irritarla. Podía escribir en taquigrafía, sin esfuerzo, ciento sesenta palabras por minuto y mecanografiarlas con la misma facilidad.
Amanda Garland se detuvo delante de la entrada de la agencia. Necesita desesperadamente alguien competente, una verdadera profesional de la taquigrafía. Amanda arqueó las cejas, sorprendida por la franqueza de Jilly. Esa mujer podía guardarse el trabajo.
Había cientos de agencias en Londres y, si la agencia Garland la había hecho ir desde Newcastle debido a su velocidad en la taquigrafía, lo más probable fuese que hubiera un buen mercado de trabajo allí. Los ojos de la señora Garland se agrandaron ligeramente y sus labios parecieron moverse. Me temo que mi hermano es un jefe insufrible y, si quieres que te sea franca, me habría gustado que fueras un poco mayor. Las mejillas de Jilly se encendieron.
No se preocupe, señora Garland, sé nadar. Amanda Garland se echó a reír. Además, cuando los hombres se ponen difíciles, he comprobado que imaginarlos sin ropa ayuda. La risa de Amanda se transformó en un ataque de tos.
Bueno, gracias. Y toma un taxi. Le he prometido a Max que estarías allí por la mañana, y el transporte público de Londres no es de fiar. Jilly no puso más objeciones.
Hasta ese momento, nadie la había necesitado tanto como para pagarle un taxi. Si así era el trabajo en Londres, no le extrañaba que Gemma estuviera tan contenta allí. Salió de la agencia con la tarjeta con la dirección de Max Fleming en la mano y, en la acera, paró uno de los famosos taxis negros de Londres. El taxi se detuvo delante de una elegante casa rodeada por una valla alta de ladrillo en una discreta plaza ajardinada de Kensington.
Jilly recogió el recibo que él le ofreció, se volvió de cara a la puerta de hierro forjado y llamó al timbre. Me envía la agencia Garland. Jilly no tuvo tiempo de examinar la elegante fachada de la casa de Max Fleming, ni de fijarse en el pavimentado jardín, ni en los lechos de flores, ni en la estatua de bronce de una ninfa protegida bajo el nicho al pie de un estanque semicircular. La mujer de cabello cano que le había hablado por el intercomunicador estaba en la puerta de la casa instándola impaciente a que se apresurara.
La condujo a través de un espacioso vestíbulo, pasaron una curva escalinata hasta detenerse delante de una puerta de madera de paneles. Jilly se encontró en la entrada de un pequeño despacho cerrado con paneles. Al fondo, había una puerta interior abierta y pudo oír la grave voz de un hombre que debía estar hablando por teléfono ya que no parecía haber nadie más. Dejó la maleta al lado del escritorio, se quitó los guantes y la chaqueta, y miró a su alrededor.
Había dos teléfonos en el escritorio, un intercomunicador, un cuaderno de taquigrafía a medio gastar y una jarra con lapiceros afilados. Detrás del escritorio había una mesa de trabajo con un ordenador y una impresora. Jilly se preguntó qué clase de software tendría instalado y, después de sacar las gafas del bolso, se las puso y se inclinó para encender el ordenador. Max Fleming estaba delante de la ventana mirando al jardín, sin volverse.
La primera impresión que Jilly tuvo de él fue que estaba demasiado delgado. Fue todo lo que Jilly pudo notar antes de que él diera un golpe en el suelo con el bastón en el que se apoyaba. Entonces, Jilly, ahora que ya había demostrado que no se iba a dejar intimidar, se subió las gafas y ofreció una tregua. Mi intención era venir en metro, pero la señora Garland me dijo que tomara un taxi.
Tampoco consiguió reírse de ese hombre imaginándolo sin ropa. No, imaginar sin ropa a Max Fleming sería un error, decidió Jilly con las mejillas enrojecidas. Si tiene algún problema, será mejor que lo resuelva con su hermana. Lo primero que Max pensó fue que aquella chica no podía ser una de las famosas Garland Girls de Amanda, carecía del estilo y de los exquisitos modales y aspecto por las que se las conocía.
Llevaba una blusa blanca bien planchada y una falda lisa de color gris que le llegaba a la rodilla, parecía un uniforme. Pero no, no tenía aspecto de colegiala, sino de secretaria antigua, incluidas las gafas. Su hermana había decidido gastarle una broma, era su pequeña venganza. Jilly no era nombre de mujer adulta.
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