Había vuelto a casa por Navidad... ¿para conseguir una esposa?
En otro tiempo, Cole Adams y Cassie Campbell habían sido inseparables y habían recurrido el uno al otro en los malos momentos. Cassie llevaba diez años tratando de seguir adelante con su vida y olvidar el pasado, pero ahora Cole había vuelto a casa por Navidad y no podía evitarlo… ni a él, ni a los recuerdos.
Cole sabía que Cassie había cambiado; ahora era viuda y cuidaba de los demás de manera incansable. Pero la conocía bien y podía ver el dolor que escondía tras su alegre sonrisa. ¿Podría llegar al fondo de su maltrecho corazón y convertir a su ángel de Navidad en su esposa?
Resumen...
Cole atravesó la casa y salió por la puerta trasera. Se aferró a la barandilla del porche y tomó aire. Observó el jardín detenidamente. Miró hacia el sol de la tarde, pero dos enormes adelfas al otro lado de la verja le impedían ver gran parte de la casa en el jardín de al lado.
«Cassie Parker», recordó. Se pasó una mano por la cara. Cassie ya no viviría allí. Viviría en el centro del pueblo con el resto de los Parker.
Tampoco había vuelto por el funeral de Brian. Se quedó mirando fijamente lo poco que podía ver de la casa y el jardín, tratando de imaginar a otra persona viviendo allí, pero no podía. Volvió a mirar el árbol que se encontraba en la esquina. Por aquel entonces, lo único que había hecho que la vida fuese soportable era Cassie Campbell.
«Cassie Parker», volvió a recordarse, y la sonrisa desapareció. Volvió a apretar la barandilla con fuerza. Tuvo la inminente necesidad de golpearse la cabeza contra el poste de la barandilla. Había dejado de pensar en Cassie hacía diez años.
«Por eso estás a punto de romperte el cuello mirando por encima de su verja con la lengua fuera». Probablemente ya no sería su verja. Parpadeó y se colocó la mano sobre los ojos para poder ver.
¿Cassie?
Era una pierna muy interesante, y sentía verdadera curiosidad por ver quién vivía en casa de Cassie. Una exclamación medio ahogada salió del árbol a medida que él se acercaba y, por alguna razón, hizo que sonriera. Aceleró el paso y, sin esperar a que sus ojos se ajustaran a la sombra, levantó la mirada. Unos ojos violetas se volvieron para mirarlo desde lo alto.
¡Cassie Campbell!
Cassie siempre ponía todo su corazón en una sonrisa, y consiguió eclipsar al mismo sol. Cole parpadeó, pero no apartó la mirada. Sus palabras fueron como un cuchillo para él, y en ese mismo momento sintió que no podía estar más arrepentido de nada en su vida. De pronto Cassie sonrió de nuevo, y Cole dejó de pensar.
Cassie se agachó y se lo entregó. En pocos segundos, Cole recibió al tercer cachorro, y enseguida tuvo los brazos llenos de gatitos. Cassie sonrió. Su piel tenía el color rosa suave de los pétalos de rosa, y Cole deseó estirar la mano y ayudarla a bajar.
Trató de recolocarse los gatitos entre los brazos, pero no paraban de moverse. Rodeaba sus muslos como si bailara de alegría solo por estar envolviendo a Cassie Campbell. «Parker», recordó. Se dio cuenta de lo feliz que sería si él también estuviera rodeando a Cassie así.
Cassie sonrió y se levantó la falda. Los ojos de Cole estuvieron a punto de salírsele de las cuencas. Llevaba mallas de ciclismo debajo de la falda. Cassie le guiñó un ojo antes de arrodillarse junto a la verja y echar a un lado un pedazo suelto de la madera.
Otro gatito, más pequeño que sus hermanos, asomó la cabeza por el hueco. Sin más, el cachorro atravesó el hueco de la verja y se dirigió a su regazo. Cole no podía culparlo. Cassie agarró al animal suavemente y se puso en pie.
Una vez allí, Cassie cerró la pequeña puerta, dejó a su cachorro en el suelo y, uno a uno, fue depositando a los demás junto a él. Cole se quedó mirándolos y sonrió. Cassie se incorporó y lo miró. Cole medía casi un metro con ochenta y cinco.
Casi todas las mujeres tenían que echar la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos. Cassie no, pues medía uno con setenta y cinco. Cole tenía tortícolis al besar a casi todas las mujeres. Sin embargo, no tendría ese problema besando a Cassie.
Entonces Cassie sacudió la cabeza y se apartó. Cole contempló a uno de los cachorros. Cassie estaba exagerando. Cole volvió a mirar a los cachorros.
De acuerdo, tal vez «feos» no fuese la palabra adecuada. El animal maulló lastimeramente, y Cole no pudo evitarlo. Cassie abrió mucho los ojos. Algo dulce y puro que Cole no logró identificar.
Alec se acercó a la puerta. Cole se quedó mirándola. Cole se quedó con la boca abierta. Cole miró hacia la puerta y luego a Cassie.
Aquél era Alec, el hombre que lo había criado. Alguien con quien Cassie normalmente no se reiría ni bromearía. Cassie lo contempló desde el otro lado de la mesa, apoyó la barbilla en una mano y, durante unos segundos, no dijo nada. Cassie frunció el ceño cuando Cole permaneció en silencio.
De pronto Cole echó la cabeza hacia atrás y se carcajeó. Se quedó mirándola con una intensa sensación de afecto. Alec masculló, pero no dejó de mirar al suelo. Colocó una jarra con agua y dos vasos sobre la mesa.
Cole parpadeó. Cole observó con asombro cómo una sonrisa reacia aparecía en el rostro de Alec. Era la frase más larga que Alec había pronunciado en la última media hora. Cole había estado fuera diez años.
No se ha quejado por los gatos. Cole se quedó mirándola, incapaz de hablar.
Lo único que dijo fue que Alec tenía que ir al asilo. Y que esperaba que hubiese sitio libre después de Navidad. Lo siento, Cole, no debía habértelo dicho así. El agua se desbordó de su vaso cuando Cole volvió a ponerlo con fuerza sobre la mesa.
Sintió un nudo en el estómago mientras veía a uno de los gatos atacar los cordones de la playera de Cassie. Una playera unida a una pierna larga y esbelta. Deslizó la mirada hacia arriba. Cassie se echó hacia delante y se alisó la falda sobre las rodillas.
Ha cambiado, Cole. Cassie se llevó un dedo a los labios y señaló con la cabeza hacia la puerta. Lentamente, Cole volvió a sentarse. Un mechón de pelo le cayó sobre la cara, tapándole los ojos, y Cole lamentó su brusquedad de inmediato.
Cassie nunca lloraba. Cole sintió un gran vacío en su interior cuando ella apartó la mano. Había seguido con su vida. Cole tenía la sensación de que ella lo recordaba todo.
No encontramos un árbol lo suficientemente grande para albergarla. Lo siento mucho, Cassie. Le temblaron las manos y una punzada de dolor atravesó a Cole. Cassie sintió un vuelco en el estómago.
«¿Realmente pensabas que podrías tener una conversación sin que saliera el nombre de Brian?». Se apartó el pelo de la cara, observó la preocupación en los ojos de Cole y no lo soportó. Por un momento estuvo tentada de dejar que el pelo le tapara los ojos, para ayudarla a mentir, pero no podía mentirle. A Cole no.
Se sintió agradecida cuando, con un simple movimiento de cabeza, Cole asintió y dejó correr el asunto. Pero Cassie decidió algo en aquel instante. Cole iba a tener Navidad ese año quisiera o no. Todo el mundo necesitaba la Navidad.
Y Cole no había tenido una desde los doce años. Se quedó mirándolo mientras él contemplaba el jardín con aquella mirada que recordaba tan bien. Cole siempre había sido un chico guapo. Cassie sintió que se le aceleraba el pulso en la base del cuello.
Cole iba a revolucionar a toda la población femenina de Schofield. Aunque sus ojos no habían cambiado. Cassie se agachó y se colocó a uno de los gatitos en el regazo. No podía darle a Cole esa oportunidad.
Miró hacia la verja trasera de los Adams, que recorría junto a la lavandería toda la longitud de la casa. Cassie volvió a sentarse en su silla. Cruzó la pierna derecha sobre la izquierda y comenzó a balancear el pie sin poder parar. Volvió a dejar el vaso en la mesa.
Cole parecía escéptico, y era lógico. Así que lo único que tendrás que hacer será dejarlos salir de la lavandería por la mañana. Soy la cuidadora doméstica de Alec. Cole volvió a mirar hacia el jardín y Cassie sintió un dolor en el pecho.
Brian había muerto. Entonces la miró, y Cassie vio en sus ojos que mentía.
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